Cuarta entrega de El silencio sonoro de la meditación: 'El amor y el apego'

 

 

En todo caso nuestra libertad pasa por el condicionamiento de las emociones que, a su vez, tienen un condicionamiento cultural, social, psicológico e histórico. Por eso es interesante pensar que cuando hacemos lo que hacemos no es porque queremos, sino porque estamos condicionados y, en la mayoría de los casos, determinados. Nuestra libertad, en tanto que tal, es una libertad condicionada. Pero el conocimiento de uno mismo, al que nos ayuda la meditación, nos permite hacernos más libres en la medida en la que tomamos consciencia de nuestros condicionantes y, en cierta medida, podemos desapegarnos de ellos. Y eso es la liberación, la libertad (insisto, no tiene nada que ver con la libertad política de la que he hablado durante años, ésta es la libertad de nuestro ser, que, por otro lado, ahora considero necesaria para la libertad política. En definitiva sigo dentro del ideal socrático. Si uno quiere ser un buen ciudadano, primero tiene que conocerse a sí mismo.) Esto último va dirigido a los filósofos occidentales, para que se fijen en que esto no es un esoterismo, sino que está en nuestra propia raíz cultural.

Pues bien, el amor surge de nuestra condición biológica animal. El amor es un concepto cultural para entendernos a nosotros mismos y fabricar un tejido social que permita nuestra existencia. Dicho de otra manera, el amor es apariencia, un engaño. Y, la última forma cultural de engaño que hemos tenido de manifestación del amor es el llamado  amor romántico. Que, aunque parezca mentira, ha traído mucho más sufrimiento que felicidad. En suma, el amor no es más que la expresión cultural del imperativo biológico de la supervivencia. Una expresión cultural muy desarrollada y ritualizada, del instinto de reproducción, de la sexualidad entendiendo ésta en su origen primario que es la reproducción y el placer. Por tanto, todo amor no es más que un apego, es decir una construcción social en la que uno está inmerso, en tanto que animal social, por ello una forma de apego y de esclavitud.

Por eso, y aquí encontramos el error fundamental, el amor se ha entendido como un complemento. Como algo que uno necesita para estar completo y ser uno. Bien, pues esto es un amor que sólo nos lleva al apego, a la esclavitud, a la necesidad y, en el peor de los casos, debido a problemas psicológicos y condicionantes culturales, a la violencia basada en el concepto de posesión. Si uno cree encontrar en el otro a alguien que le complementa, se equivoca, al contrario, uno, inconscientemente, se enamora de otro que es al que necesita para satisfacer su ego y su culpabilidad, es decir se proyecta en aquel del que se enamora. Por eso, cuando hay una separación y se vuelve a encontrar pareja, resulta que la nueva pareja es similar a la anterior. Uno lo que hace es repetir el patrón de su carencia. Y esto aparece pronto. Después del enamoramiento y la fase romántica en la que uno se cree libre, pero está absolutamente atado a sus emociones y, en el peor de los casos al concepto de posesión del otro (celos, infidelidad, malos tratos…) pues chocamos con la realidad. Y la realidad es que el otro no es el otro, sino la proyección ideal que yo he puesto en el otro. Y he puesto en el otro lo que necesito. Ése, lo que necesito, ya es un engaño porque somos seres completos y plenos. La sexualidad, como reproducción y placer es y forma parte de nuestro ser como un todo, pero no, por ejemplo: la sexualidad y la fidelidad. Lo segundo es absolutamente cultural, aparente. Algo que nos esclaviza y, por lo tanto, de alguna manera nos prostituye. Por eso el amor es apego a nuestras emociones. Y qué hemos puesto en el otro, pues nuestros deseos insatisfechos. Y qué pasa después del periodo romántico, pues que el otro es, realmente otro, no satisface nuestras expectativas. Es más, nos vemos reflejado en el otro en forma de carencia. Porque lo que hemos puesto en el otro es nuestra carencia (que además es apariencia). De ahí que, lo que más nos gustase en el otro, en el periodo romántico: su forma de andar, de reír, de gesticular, es lo que no soportamos ver. El amor es una proyección posesiva que nos lleva a una de las formas máximas de apego. Porque además socialmente lo tenemos muy ritualizado para reprimir el origen primario de éste, que no es más que la sexualidad, el placer máximo. De ahí el imperativo biológico absoluto de la sexualidad. Por eso, después del periodo romántico a uno o a una le gustan todos o todas sexualmente hablando, aunque lo repriman. Y esa represión es una olla a presión, que tiene sus distintas válvulas sociales y sus pactos dentro de la pareja para que no estalle. Pero todo lo que ilusoriamente era una unidad, se transforma en una dualidad, en una brecha. Cada vez menos comunicación, más silencios, más reproches, menos sexo y así, en la mayoría de los casos hasta el hastío, que solemos llamar costumbre. Es decir, nos acostumbramos a estar apegados, es el hábito. Y preferimos ese apego a vivir en la intemperie de la soledad. Es decir es una vida en el engaño.

Pero esto que he descrito es el amor aparente que es una forma de apego, no es el amor pleno ni verdadero que también existe. El amor es amistad, como bien entendían Aristóteles y Epicuro. Tanta importancia le daban que consideraban que la felicidad tenía que pasar por la amistad. Pero aquí hay que matizar. La amistad verdadera (con o sin sexualidad) se da entre seres virtuosos (areté, en griego, que significa, excelencia), entre seres excelentes. Y tales seres, al poseer la virtud son seres completos, en realidad toda persona lo es, otra cosa es que no desarrolle su potencialidad y se mantenga en una situación indolente, buscando fuera lo que tiene dentro. Pero cada uno tenemos nuestro ritmo de desarrollo interior. De modo que la amistad verdadera no busca el complemento que me falta. No busca nada, es un encuentro que nos trasciende, que nos hace sentirnos ser más intensamente. Una ayuda, de alguna manera, a nuestro desarrollo espiritual. Sería ideal que esto ocurriese en la pareja, pero el mito del amor romántico hace esto muy difícil y el mito de buscar nuestra otra mitad, pues también. La amistad nos ayuda a crecer en consciencia, nos ayuda a tomar consciencia plena y a desapegarnos. Porque la amistad verdadera es incondicional. En cambio, el amor que se suele dar es totalmente condicional. Es tremendamente egoísta. Uno, en realidad, se enamora de sí mismo, por eso se desencanta, porque no se soporta a sí mismo. Y eso es así porque es raro aquel que sea capaz de permanecer una hora a solas sin nada que hacer en su habitación. Pues bien, a eso nos ayuda precisamente la meditación a estar solos, al desapego. Y mientras mayor sea nuestro desapego de todas las emociones, que seamos capaces de verlas como mero observador, mayor libertad tendremos y mayor capacidad de amar. Porque amar es dar incondicionalmente. Reconocer al otro como un igual. En el amor, como en la amistad, no se puede exigir nada. El amor verdadero es desbordarse, todo lo demás es mito, egoísmo y apego. El amor es la compasión, sentir con el otro.

Pero todavía podemos llegar más lejos en el amor. El amor es compasión, pero la compasión hay que universalizarla. Ser capaz de compadecerse de todo el dolor de la humanidad y, lo más difícil, desear a todos: paz, felicidad, que esté bien, justicia y salud. Y, muy importante, perdonar. Porque todos somos iguales. Lo contrario de la compasión es el egoísmo y la venganza. Y esta compasión es el camino más directo a la sabiduría que es la conciencia plena, o, en términos de Spinoza: el amor intelectual a dios. Entendiendo a dios en el sentido panteísta de Spinoza. Es decir, Dios es el universo y yo soy uno con el universo, parte indiferenciada de él. Amar al universo es amar a todos los seres incluido uno mismo. Porque esto es importante, uno no puede amar si no se ama a sí mismo. Precisamente todo lo contrario de lo que se nos ha dicho. El amor a sí mismo no es egoísmo es respeto y cuidado de uno mismo. Cuando uno se ama a sí mismo, que no es la egolatría, es capaz de amar a otro porque lo ve como otro igual a él, no proyecta ninguna carencia y porque el que se ama a sí mismo desborda amor (que significa compasión) por todos los seres del universo. Y ésta es la consciencia plena que observa desde la eternidad.

Juan Pedro Viñuela

Esta web utiliza 'cookies' propias y de terceros para ofrecerte una mejor experiencia y servicio. Al navegar o utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las 'cookies'. Sin embargo, puedes cambiar la configuración de 'cookies' en cualquier momento.