Aceptación de los límites de la vida. La muerte y el amor universal

Vivimos bajo un paradigma, un conjunto de ideas y creencias, que distorsionan la realidad. Las ideas, las creencias son mapas para entender la Realidad; pero cuando confundimos lo Real con el mapa, caemos en reduccionismos y dogmatismos. Pero, peor aún, eso nos lleva a una actitud ética que es la intolerancia.

Sólo admitimos como verdad lo que nuestro sistema de ideas y creencias (que ni si quiera sabemos de dónde proceden) nos dice. Y, claro, como confundimos nuestras ideas con lo real, pues tratamos de imponerlo al resto, o se hace pensamiento hegemónico en la sociedad, como es el caso de lo que vamos a comentar, entonces, pensar de otra manera. En realidad, pensar, que es lo que realmente no se hace bajo un paradigma, pues es castigado con el reproche, la burla, la exclusión o el ostracismo. Hay una libertad de expresión, pero no libertad de pensamiento, ni de búsqueda de la verdad. El sistema de ideas, socialmente admitido, se hace fanático, autoritario, castigador (sutilmente, o no tan sutilmente.) En definitiva, no se deja ser persona. Y esto tiene que ver con lo que voy a tratar.

No voy a hablar, ni quiero que se confunda lo que voy a decir con la crítica al llamado “Encarnizamiento médico”, aunque hay una línea difusa, pero ahí, no es donde quiero ir ahora. Lo que me interesa en este momento es hacer pensar. Y pensar que somos seres limitados, que nacemos, vivimos y morimos. Que en el transcurso del vivir, desde la concepción al tránsito de la muerte (la muerte es un proceso), pues tenemos alegrías, miedos, penas, gozo, beatitud, incluso, sufrimiento, juventud con todo su esplendor, envejecimiento, enfermedad y, ineludiblemente, muerte. Evidentemente, la muerte no es el final, es el final de un sistema vivo que produce más vida. La VIDA, es el principio del universo. Sin entrar en otras dimensiones sutiles de la existencia humana, sólo con una ínfima parte, que es el cuerpo físico, tenemos suficiente para reafirmar la Vida y el hecho de que la muerte es un proceso; que, si nos apuramos comienza, incluso antes de nacer. En la misma concepción.

Así, la VIDA siempre es. Lo que sucede es que la vida está en continuo cambio, es fluir, es experiencia, no cosas. Y, claro, el primer problema es que nos hemos identificado como cosas. Pensamos que somos el cuerpo físico y que éste es una cosa inmutable. Nunca sospechamos de una enfermedad grave y, menos aún, de la muerte de este vehículo de vida que es el cuerpo físico. Nos sentimos apegados a él, no aceptamos los límites ni de la enfermedad, ni de la muerte. Pero es que este pensamiento es el de la misma sociedad, es el pensamiento hegemónico tiránico que no admite disidencia (pensar por uno mismo.) A la disidencia se la llama herejía; curiosamente, la herejía significa pensar de otra manera. Y, obviamente, ejercer el pensamiento y, con él, la libertad, pues está condenado. Es objeto de burla, de escándalo, y, en este sentido, al participar toda la sociedad del mismo conjunto de ideas y creencias, que vienen del mito prometeico o faústico (Prometeo roba el fuego a los dioses y se lo da a los humanos; es decir, los hace humanos con el poder científico-tecnológico, de ser como dioses. Por eso es castigado para toda la eternidad. Esta última parte no la hemos entendido nunca), pues, lógicamente también lo hace la clase médica. (Cuando hablo en términos generales, son generalizaciones, no afirmaciones de que todo el mundo, no, la mayoría, el pensamiento que domina a la mayoría y así…)

La medicina, el ciudadano también, claro, le hacen un pulso a la muerte animados por el espíritu prometeico. Pero todo pulso contra la muerte está perdido de antemano, igual que con la vejez y la enfermedad. No podemos enmascarar la vejez, por mucha cosmética que nos apliquemos. El tiempo es inexorable. Entonces, nuestro sistema de ideas procede de un grave error. De lo que los griegos llamaban Hibris (desmesura.) Nuestro espíritu padece de desmesura; es monstruoso y patético, porque, ni la muerte, ni la vejez, ni la enfermedad, son algo que se pueda vencer.

Pero el tema es que no hay nada que vencer: enfermedad, vejez y muerte, son vida. Están dentro del proceso del vivir. Por supuesto que nuestros conocimientos, si pueden ser puestos al servicio de una vida física y psíquica más saludable, pues, bienvenido sean. Pero no son el elixir de la vida eterna, ni de la ausencia de sufrimiento. El problema es que nuestro sistema de ideas nos quiere convertir en dioses. Por otro lado, nosotros creemos eso y, además, nos identificamos con el cuerpo físico y nos inventamos un yo a base de reconstruir la memoria y darle un sentido, casi delirante. Pero, el caso, es que cuando todos deliran no pasa nada. El problema es pensar y disentir de ese delirio.

En fin, el caso es que ese paradigma nos lleva a un apego a algo que no es, que es proceso, que es Vida y a una LUCHA contra algo que es absolutamente natural (crecimiento, enfermedad, vejez y muerte.) Es una locura porque es una lucha contra nosotros mismos. Pero, claro, esa lucha nos escinde aún más y nos impide iniciar la aceptación. Pero, precisamente, la vida es aceptación. Aceptación de lo que somos (virtudes y vicios, talentos y carencias.) Y esa última palabra es importante. Nuestra naturaleza es carencia, no es la completud divina. En realidad, nuestra completud la llevamos dentro, pero lo hemos olvidado al identificarnos con el yo físico y con la biografía y la conquistamos si aceptamos la carencia (esto puede resultar paradójico, pero no estamos en el nivel racional o mental, sino en el supraracional o supramental); pero esto es otro tema para otra ocasión.

El caso es que la lucha impide nuestra aceptación y ello impide el que nos podamos conocer y llegar a ser el que somos, no el que la sociedad, o el conjunto de ideas dominantes nos obligan a ser (totalitarismo del que somos inconscientes). Al no aceptar la vejez, la enfermedad y la muerte. Al luchar contra ello, nuestra consciencia se contrae y no puede contemplar todo lo que somos. Y somos todo lo que hay. Habitamos en lo que hay. Cada cosa es un reflejo de nuestra mirada. Todo lo que hay es un fluir constante de la creación. Todo se está creando y destruyendo en el mismo instante. Pero nosotros no somos seres separados de todo lo que hay, somos una manifestación continuamente impermanente de todo lo que hay. Y estamos en relación con todo. Por eso somos en todo y todo es en nosotros. En realidad, el concepto de muerte surge de nuestro conocimiento erróneo de que somos seres que carecen. Por eso decía el gran Spinoza: “A nada teme menos el sabio que a la muerte.” Y aquí viene la reflexión final, lo que realmente quería decir y que, probablemente, ponga a la mayoría en guardia.

Nuestro sistema de creencias y pensamientos, la hibris que lo alimenta, no nos deja aceptar, no nos deja ser quienes somos, no nos deja estar íntimamente con nosotros mismos y con nuestros seres queridos en la enfermedad, la vejez y, sobre todo, en la muerte. La enfermedad, la vejez y la muerte se han medicalizado de tal forma que se han convertido en objetos fuera de nosotros contra los que hay que combatir. Insisto, los medios disponibles para sanarnos que la medicina tiene y aplica no son cuestionables aquí. Lo cuestionable es desde qué sistema de pensamiento se aplican y hasta donde nos puede llevar eso. En primer lugar, a no poder aceptar nuestros límites, a no vivenciarlos, porque son como algo ajeno.

En segundo lugar, en el caso de la vejez, muchas veces se está perdiendo la dignidad. El paciente ya ha ido soltando los apegos que tiene en este mundo. Sólo desea la intimidad con los seres queridos, esa compañía, sin dolor (aquí la medicina ha de hacerse humanitaria, no inquisidora: ni demasiada sedación, ni poca. Ni perder la consciencia de que se está muriendo, ni aguantar un tormentoso dolor cuando es evitable), con consciencia y de ir dejando, con paz y apoyado en sus creencias religiosas espirituales o materialistas y ateas que hay que respetar. Lo importante es que la vejez no es una enfermedad, y no es cuestión médica, sino ética. Durante la vida se trata de “aprender a morir”, que decía el gran Platón, porque es lo único que sabemos con certeza, pero no sabemos cuándo. Tampoco se puede medicalizar la muerte, esto, ya no sólo es cuestión ética, sino profundamente existencial. Nuestra muerte es un proceso que, en la medida de lo posible, hemos de pasar conscientemente, evitando el dolor, pero conscientes, siempre que sea posible. Respetar la voluntad del ser humano que allí está, no del paciente, no es ningún paciente, es una persona sumida en el tránsito o el proceso que es el morir.

Por otra parte, los que acompañan, tienen mucho que aprender de todo esto. Tomar contacto con la enfermedad, la vejez y la muerte de un ser querido es tomar consciencia de sí mismo, de nuestra carencia, pero también de nuestra plenitud; en el sentido que hablábamos antes. Y replantearnos qué es amar. El amor no es posesión. Es todo lo contrario; es permitir la realización plena del otro; es decir, permitir su libertad. Entonces, ese amor es un amor del alma, de la esencia del otro. Un reconocimiento de mi ser en el otro. Si quiero su libertad, en realidad, quiero la libertad de todos los seres. La liberación de las ataduras del sufrimiento que son la ignorancia, los apegos o deseos y la adversidad o violencia. Acompañar en la muerte es fluir con el todo a través del ser querido que se va esfumando como consciencia particular de este cosmos físico (los posibles niveles sutiles, como dijimos, no son necesarios para decir lo que decimos aquí.) El que está muriendo, a ser posible conscientemente, y los seres queridos que lo acompañan están todos en el mismo río de la vida. Y todos, sin excepción, algún día, ocuparán el lugar del que muere y sentirán la necesidad de despedirse, de dar un cierre a su vida, de sentir el amor a los demás, pero no el apego y de sentir la Paz que nos da el soltar todas las cadenas que nos atan y, de esta manera, amar sinceramente a todos y a uno mismo.

Es el momento del encuentro con tu Ser, con lucidez y la alegría que da el no estar aferrado a nada y querer o desear el bien de todos los seres y que todos los seres dejen de sufrir. Cuando este momento se acerca no debe ser alargado en el tiempo, ni anulado por una excesiva sedación. Cada cual tiene su momento y su decisión y siente cuando es el final y esto ha de ser respetado. Cuando empieza el proceso de la muerte uno toma contacto con su verdadero Ser y el desapego, si ha vivido dignamente y con suficiente consciencia, da paso al amor universal y desinteresado. Esto es un momento de liberación que jamás ha de ser medicalizado -la medicina debe acompañar humanitariamente: sedación, por ejemplo. Un momento importante en la vida que nos enseña a todos la necesidad de abandonar el egocentrismo y amar a todos los seres desde la bondad.

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